El director rechazó efectos digitales y apostó por la artesanía para dar vida a su versión de la clásica historia de terror
El director eligió métodos clásicos en un tiempo donde la industria apuesta a lo digital.
En un mundo donde la mayoría de los grandes estudios dependen de la computadora, Guillermo del Toro tomó el camino opuesto. Su película sobre Frankenstein está hecha con efectos prácticos, creados por técnicos, artesanos y diseñadores en talleres y no en pantallas.
El cineasta mexicano siempre defendió el trabajo manual, pero esta vez llevó esa idea al extremo. Rechazó usar inteligencia artificial o recreaciones digitales para su historia y se enfocó en lo tangible. Quiso que todo tuviera textura real, desde la escenografía hasta los movimientos de las criaturas.
En una entrevista, Del Toro explicó que buscaba algo más humano y sensible. "Prefiero un carpintero construyendo un decorado a un software que lo dibuje en segundos", señaló. Su postura generó debate en la industria, porque muestra que todavía hay lugar para métodos clásicos en el cine moderno.
La producción se desarrolló en medio de un clima complejo, donde el avance de la IA preocupa a actores, guionistas y técnicos. Muchos ven en Del Toro un ejemplo de resistencia frente a la digitalización total. Con su elección, defendió no solo una estética, sino también una forma de trabajo que mantiene empleos en talleres, maquillaje y utilería.
Los actores, según trascendió, agradecieron esa decisión. Al trabajar con elementos físicos pudieron interactuar con objetos y escenarios reales. Para ellos fue más sencillo transmitir emociones frente a un set palpable que frente a pantallas verdes.
En el rodaje se construyeron piezas enormes. Hubo castillos, laboratorios y criaturas hechas a mano. Cada detalle se pintó y se modeló con materiales reales. Esto hizo que la filmación fuera más lenta, pero también más artesanal. "Era como entrar a un museo viviente", contó uno de los técnicos.
El director ya había usado esta filosofía en películas anteriores, pero esta vez el desafío fue mayor. El personaje de Frankenstein exigía efectos de gran escala, y aun así decidió mantener su promesa de no recurrir a lo digital. "Quiero sentir olor a madera, a hierro, a pintura fresca", dijo en tono firme.
El debate que abrió Del Toro toca de cerca a Hollywood. En una industria donde los estudios buscan abaratar costos con animación digital, su apuesta es casi un gesto político. Su Frankenstein no solo es una película, es también un mensaje: el cine puede seguir siendo un espacio realista.

En un mundo donde la mayoría de los grandes estudios dependen de la computadora, Guillermo del Toro tomó el camino opuesto. Su película sobre Frankenstein está hecha con efectos prácticos, creados por técnicos, artesanos y diseñadores en talleres y no en pantallas.
El cineasta mexicano siempre defendió el trabajo manual, pero esta vez llevó esa idea al extremo. Rechazó usar inteligencia artificial o recreaciones digitales para su historia y se enfocó en lo tangible. Quiso que todo tuviera textura real, desde la escenografía hasta los movimientos de las criaturas.
En una entrevista, Del Toro explicó que buscaba algo más humano y sensible. "Prefiero un carpintero construyendo un decorado a un software que lo dibuje en segundos", señaló. Su postura generó debate en la industria, porque muestra que todavía hay lugar para métodos clásicos en el cine moderno.
La producción se desarrolló en medio de un clima complejo, donde el avance de la IA preocupa a actores, guionistas y técnicos. Muchos ven en Del Toro un ejemplo de resistencia frente a la digitalización total. Con su elección, defendió no solo una estética, sino también una forma de trabajo que mantiene empleos en talleres, maquillaje y utilería.
Los actores, según trascendió, agradecieron esa decisión. Al trabajar con elementos físicos pudieron interactuar con objetos y escenarios reales. Para ellos fue más sencillo transmitir emociones frente a un set palpable que frente a pantallas verdes.
En el rodaje se construyeron piezas enormes. Hubo castillos, laboratorios y criaturas hechas a mano. Cada detalle se pintó y se modeló con materiales reales. Esto hizo que la filmación fuera más lenta, pero también más artesanal. "Era como entrar a un museo viviente", contó uno de los técnicos.
El director ya había usado esta filosofía en películas anteriores, pero esta vez el desafío fue mayor. El personaje de Frankenstein exigía efectos de gran escala, y aun así decidió mantener su promesa de no recurrir a lo digital. "Quiero sentir olor a madera, a hierro, a pintura fresca", dijo en tono firme.
El debate que abrió Del Toro toca de cerca a Hollywood. En una industria donde los estudios buscan abaratar costos con animación digital, su apuesta es casi un gesto político. Su Frankenstein no solo es una película, es también un mensaje: el cine puede seguir siendo un espacio realista.