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Crítica de “Una batalla tras otra”: Una película que corrompe el poder y las grietas de EE.UU.

Paul Thomas Anderson y Leonardo DiCaprio se animan a contar una historia incómoda, feroz y con guiños al cine clásico.
Una película que corrompe el poder y las grietas de EE.UU. (Foto: Warner)

Una batalla tras otra se planta fuerte y ruidosa en la cartelera, con ambiciones tan visibles como sus contradicciones. Dirigida y escrita por Paul Thomas Anderson, la película adapta (aunque de forma libre) Vineland, novela de Thomas Pynchon publicada en 1990. Y ya desde esa base la propuesta viene pesada: se trata de una mirada que quiere ser reflexión política, thriller familiar, sátira social, todo al mismo tiempo. Con Leonardo DiCaprio al frente, secundado por Sean Penn, Teyana Taylor, Regina Hall, Benicio del Toro y Chase Infiniti, la película busca incomodar, generar tensión, e imponer preguntas más que dar respuestas.Paul Thomas Anderson y Leonardo DiCaprio se animan a contar una historia incómoda, feroz y con guiños al cine clásico.
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La trama arranca con idealismo revolucionario

Bob (DiCaprio) y Perfidia (Taylor) integran French 75, grupo que realiza acciones radicales —liberar detenidos en inmigración, robar para financiarse—, mientras su vínculo personal también avanza: amor, compromiso, nacimiento de hija. La cosa se tuerce cuando una acción falla, Perfidia queda presa y Bob huye, dedicándose luego a criar a Willa (hija) en la clandestinidad.

Pasan dieciséis años, la hija crece intentando una vida normal; Bob vive con paranoia latente, aislado, sintiendo el peso de los fantasmas que parecen haberse dormido pero no muertos. Entra en escena el coronel Lockjaw (Sean Penn), obsesionado con encontrar a Willa, arrastrando al pasado hacia el presente. Esa es la grieta principal: ¿qué queda del ideal cuando hay que proteger lo más humano?, ¿cuánto vale la coherencia frente al miedo?Paul Thomas Anderson y Leonardo DiCaprio se animan a contar una historia incómoda, feroz y con guiños al cine clásico.
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Lo que logra Una batalla tras otra es ofrecer momentos de fuego puroEscenas de violencia, persecuciones, tensiones políticas que remiten al presente. También momentos de humor, tensión doméstica, contradicciones. DiCaprio funciona bien: no es su mejor papel de todos, pero consigue mostrar el peso del ideal roto, del padre que ya no sabe si lucha por justicia o simplemente por supervivencia.

Penn se destaca como antagonista caricaturesco y al mismo tiempo plausible; hay gestos de torturar la metáfora sin que se haga del todo cliché. Technicalmente, la película apuesta grande: puesta en escena ambiciosa, un ritmo que a veces se extiende, y una cinematografía que por momentos deslumbra. Anderson mezcla géneros, desdibuja lo esperado, sin caer (casi) en lo pretencioso.Paul Thomas Anderson y Leonardo DiCaprio se animan a contar una historia incómoda, feroz y con guiños al cine clásico.
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Pero también hay flancos débiles. La película se siente pesada, sobre todo en duración: hay momentos en que la narración pierde algo de filo, se le nota la carga de “gran película que va por los premios”. Ciertas escenas simbólicas, ciertas metáforas, pueden parecer obvias o redundantes. El epílogo, con el reencontrar lo íntimo tras lo colectivo, emociona, pero no evita que uno cuestione cuánto de lo que se expone es nuevo y cuánto de lo ya visto en el cine político hollywoodense.

Además, para quienes conozcan Vineland, hay distancia: los años, las décadas, la ambientación, la resonancia histórica cambian. Anderson toma mucho —el espíritu contestatario, la tensión con lo autoritario— pero lo reinterpreta, lo adapta, lo resignifica en clave contemporánea.Paul Thomas Anderson y Leonardo DiCaprio se animan a contar una historia incómoda, feroz y con guiños al cine clásico.

Una batalla tras otra vale mucho pena. Tiene pasajes que estiran la paciencia, pero uno sale del cine pensando mucho y eso ya es bastante. Es una película con la mirada de alguien que cree que el conflicto no termina nunca, que los ideales son siempre patrimonio de la duda, y que el amor puede ser arma de resistencia. Puede que no gane todos los Oscars que pretende, pero sí logra algo más raro: hacer que el cine político suene cercano, urgente, incómodo.

Muy buena

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